
Como sucede prácticamente en cualquier arte, hay películas que, desde su mismo nacimiento, parecen destinadas a generar odios sobredimensionados, a ser el blanco de las críticas de los que no hacen crítica, de los que se limitan a escupir sus prejuicios o su ignorancia condensada como un veneno. Mediterráneo es exactamente ese tipo de cinta. Su argumento le condena al desprecio por parte de cierto sector incalificable de la población por meras cuestiones «ideológicas». O por racismo, que suena peor pero significa lo mismo.
Sin embargo, aunque ese perfil de odiador sea el más visible, el que más ganas tiene de llamar la atención y el que decide hundir una película que no ha visto puntuándola con la valoración más baja posible en páginas de cine tan populares como Filmaffinity, no es el único que despreciará esta cinta antes de verla.
La realidad, a veces, es incómoda. Lo sería siempre si presenciásemos la fotografía completa y no nos centrásemos únicamente en lo que nos proporciona bienestar y placer, si ampliásemos el horizonte de nuestra mirada. Constatar que el mundo no es un lugar perfecto y es, de hecho, muy mejorable, o que la vida tampoco lo es y es inevitable padecer y aceptar cierto grado de sufrimiento incluso cuando eres una persona afortunada no significa regodearse en el padecimiento, simplemente supone tener los ojos abiertos y ser consciente de esa certeza.
Cuando el cine retrata cualquier situación de miseria enseguida recibe apelativos, como «pornografía emocional», que se reparten con una facilidad pasmosa sin mayor reflexión personal sobre por qué el espectador asume lo que está viendo de esa manera. Es cierto que algunas películas tienen una intención manipuladora, pero otras simplemente lo que pretenden reflejar es exactamente esa otra parte de la fotografía que no estamos mirando, que no nos apetece observar porque no queremos recrearnos en el dolor, porque se vive mejor cerrando los ojos.
Por ejemplo, una secuencia bastante controvertida en «Techo y comida» mostraba un momento de especial vulnerabilidad económica de su personaje protagonista que acontecía en el mismo instante en que numerosas personas celebraban la victoria de la selección española de fútbol en un torneo internacional. Numerosas voces consideraron esta escena como una manipulación insultante pero lo cierto es que reflejaba una realidad indudable: en el mismo instante en que nace una persona otra se está muriendo, en el mismo momento en que alguien celebra haberse hecho millonario, otra persona está perdiendo su casa. Una mala noticia personal puede suceder a la vez que una alegría nacional y nadie va a empatizar con ella porque todos están mirando hacia el otro lado de la fotografía.
En «Mediterráneo» hay una escena que recuerda a aquella y puede ser objeto de ciertas críticas: en pleno rescate de refugiados la cámara observa como varios turistas se divierten y se hacen fotos ajenos al drama que está sucediendo justo en ese momento a escasos metros. Esta secuencia no es gratuita: los turistas adinerados que, al viajar, mueven la economía son bienvenidos, los refugiados que escapan de una guerra y se juegan su vida, no tanto. Pero, además, también señala la fotografía completa. Las risas de esos turistas pasándoselo bien contrastan con el llanto de quien lo ha perdido todo y ambos sucesos confluyen a la vez, no son excluyentes.

«Mediterráneo» tiene otro factor disuasorio para parte del sector cinéfilo patrio y se debe, nuevamente, más a sus circunstancias que a la propia película. Para muchos es inevitable partir con ciertos prejuicios previos al visionado de la cinta debido a la cercanía en el tiempo de «Adú», -una obra de temática social que también trataba el drama de la inmigración-, siendo aquella excesivamente promocionada, bastante más floja y además, habiendo recibido más atención de la merecida en la temporada de premios.
A esto se añade que «Mediterráneo» es una de las tres películas escogidas por la Academia de Cine Español como candidata para representar el cine español en los próximos Oscar y aunque todas las papeletas se inclinan hacia la cinta de Almodóvar, hay una idea generalizada de que otras cintas patrias cuentan con más cualidades para ocupar plaza en esa terna.

Lo cierto es que «Mediterráneo» no se merece tanto desdén y es una cinta estimable desde diferentes prismas. La nueva obra de Marcel Barrena está basada en hechos reales y relata los hechos que provocaron el nacimiento de la ONG «Open Arms» en el año 2015 tras la inacción de diversos gobiernos y de la propia UE ante la avalancha de muertes de refugiados en el mar Mediterráneo. Es fundamentalmente una película pedagógica, perfecta para visionar en colegios e institutos y que los alumnos comprendan lo que supone ser refugiado y la odisea que muchos han padecido buscando simplemente sobrevivir.
Técnicamente es una cinta bastante correcta en la que destaca la solvente fotografía de Kiko de la Rica y sobre todo el tema de sus créditos finales, «Te espera el mar», a cargo de María José Llergo, clara candidata a ganar el Goya a mejor canción original.
El fuerte de la película reside en un elenco actoral plagado de rostros populares entre quienes sobresale un notable Eduard Fernández, estupendo todo el metraje y con algunos de los momentos más destacables a sus espaldas, como la entrevista en la que deja patente la responsabilidad europea en la guerra y la crisis que empuja a los refugiados al mar, y en la que su personaje también explica que la verdadera pregunta que importa hacerse no es sobre nuestra capacidad para acogerlos, sino sobre nuestra culpabilidad al dejarlos morir en el mar, completamente a su suerte.
Por su parte, Anna Castillo repite un rol que ya hemos visto en su piel en varias ocasiones -hija valiente y orgullosa con una relación paternal complicada- y cabe preguntarse si le ofrecerán pronto otro tipo de papeles en los que pueda mostrarnos nuevas facetas interpretativas. Dani Rovira y Sergi López cumplen, así como el resto del reparto, que atesoran papeles más pequeños.
Como conclusión final cabe reseñar que «Mediterráneo» no será una de las tres mejores películas españolas de este año, pero tampoco es una cinta desdeñable y que merezca el desprecio que ha ido cosechando antes de su propio visionado. Darle una oportunidad tiene su recompensa.
Valoración Golden Cinema: