
Qué difícil es hacer una película sobre una herida que no ha terminado de cerrarse, que aún sangra en los corazones de muchos españoles, en las víctimas del terrorismo de ETA y en aquellos que han estado amenazados y han vivido con miedo. Qué duro es contar una historia real como ésta y qué bueno es que lo haya hecho alguien como Icíar Bollaín, capaz de removernos con otros terrores, como lo hizo con «Te doy mis ojos», y también de mantener la sobriedad y la distancia adecuada, sin dejar por ello el atrevimiento en el tintero.
«Maixabel» es definitivamente atrevida porque no escoge cualquier momento aleatorio de los crudos años del terrorismo etarra. Se decanta por mostrarnos otra cara, la del arrepentimiento de sus ejecutores, de aquellos integrantes de la banda armada que cumplían ordenes y destrozaron hogares, que pagaron por sus actos con una condena en la cárcel y que tuvieron mucho tiempo para reflexionar sobre lo que habían hecho y sobre la propia ETA.
Está centrada en un instante concreto: el inicio de las conversaciones entre víctimas y verdugos, entre familiares de asesinados por la banda y presos por haber atentado desde alguna célula terrorista de la organización criminal, en la hora de dar explicaciones, de expresar lo que significaron para ambas partes esos asesinatos. Presentar la idea de que existen terroristas arrepentidos de haber pertenecido a ETA y de la violencia de sus actos puede hacer pensar a determinadas personas que la cinta se congracia con ellos y eso no es cierto. «Maixabel» presenta los hechos con realismo y naturalidad pero no es una obra equidistante, como tampoco lo era la serie «Patria» pese a las numerosas críticas que recibió antes de su propia emisión.
Por ejemplo, observamos una secuencia muy significativa en la que varios presos expresan con contundencia que ellos se consideran también víctimas por haber sido engañados por ETA y que sólo cumplían órdenes, que son sus antiguos dirigentes quienes tienen que pedir perdón y que ellos ya están siendo castigados por sus actos y no se les puede exigir nada más. Pienso que es una escena interesante desde un prisma psicológico porque expresa un comportamiento muy habitual en el ser humano: la necesidad de derivar responsabilidades para evitar la sensación de culpabilidad. Algunas personas que han realizado actos atroces son incapaces de asumirlo y la única forma de soportarlo y continuar hacia adelante es autocalificarse como una marioneta, considerar que no tuvieron otra opción y que, por tanto, no tienen ni un ápice de culpa. «Maixabel» muestra que algunos terroristas se han arrepentido de sus actos pero también que otros, simplemente, se sienten utilizados.

La cinta comienza retrocediendo en el tiempo para representar el asesinato de Juan Mari Jauregui, el marido de Maixabel Lasa, por parte de tres etarras que, según la radio que relata el atentado, tienen entre veinticinco y treinta y cinco años. Pese a los esfuerzos de maquillaje y peluquería es bastante inverosímil que los tres terroristas que nos muestran sean tan jóvenes y quizás habría sido más acertado escoger a otros actores, con algunas características físicas similares, para interpretar a Tosar o Urko en esta parte.
Sin embargo, la mayor parte del metraje acontece años más tarde, cuando un preso anónimo pide un encuentro con familiares de asesinados por ETA para pedir perdón y Maixabel Lasa, que en ese momento era directora de la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo, decide acceder y tener una conversación con dos de los tres asesinos de su marido. Este es uno de los puntos divergentes con «Patria» donde se hacía un gran hincapié en quién apretó el gatillo en el momento definitivo mientras que en «Maixabel» explícitamente se considera que quienes acompañaron y ayudaron a escapar al ejecutor del atentado tienen la misma implicación porque de hecho era el azar quien decidía cuál de los tres se encargaba de disparar en esa ocasión: los terroristas se turnaban.
Estos encuentros son el ángulo central de la cinta, no escatiman en minutos y ofrecen varios de los momentos álgidos de las interpretaciones de los protagonistas de esta película. Blanca Portillo realiza una destacable actuación en su representación de la figura de Maixabel Lasa, siendo dura e implacable pero a la vez dialogante y empática, expresando su sufrimiento y obteniendo respuestas. Blanca ofrece una interpretación sólida, más madura y contenida que en otras ocasiones, perfectamente encuadrada en la sobriedad que respira la cinta, y, como el resto del reparto, tiene muchas papeletas para figurar en la temporada de premios.
Luis Tosar y Urko Olazabal, en su papel de antigos etarras, realizan actuaciones igualmente meritorias. Tosar carga con el peso de una interpretación más compleja porque tiene dudas pero poco a poco va tomando conciencia de su propia responsabilidad y según avanza su personaje también resulta más poderosa su actuación. Urko ha supuesto una sorpresa para muchos espectadores y consigue resultar incluso entrañable en algunas escenas pese a tratarse de un ex terrorista, lo que interpretativamente no puede ser fácil. También cabe destacar también la actuación de María Cerezuela, como hija de Maixabel, toda una revelación, y la de María Jesús Hoyos, como madre de Ibón, el personaje de Tosar. Ambas deparan varios momentos memorables.

La cinta se caracteriza tanto en su tono como en su estética por cierta solemnidad y tratando el tema que ocupa, esto es tan comprensible como acertado. Esto no es óbice para que esté cuidada al detalle en apartados como su fotografía, que nos obsequia con algunas imágenes impactantes, como las que muestran desde el aire a Maixabel caminando por la playa seguida por sus escoltas. Su banda sonora también es digna de elogio y, a buen seguro, Alberto Iglesias volverá a sonar en todas las quinielas de la carrera de premios españoles.
El año pasado, tan complicado para el séptimo arte, y para cualquiera en realidad, Bollaín obtuvo varias nominaciones por su dirección en «La boda de Rosa», una película simpática y bienintencionada pero que no destacaba esencialmente en este apartado, si bien tuvo una menor competencia de lo habitual. En esta ocasión «Maixabel» sí que ofrece algunas ideas interesantes, como la secuencia en la que Tosar conduce mientras en su cabeza se reproducen sonidos de disparos o bombas en aquellos lugares donde su personaje ha cometido atentados, por ejemplo. También lo es la decisión de no recrearse en cuestiones morbosas o sensacionalistas y mantener su solemnidad en todo momento, incluso en los momentos cumbre de la cinta, como son los encuentros entre presos y víctimas.
En definitiva, «Maixabel» es una de las películas españolas más importantes que veremos este año, tanto por su temática como por su calidad y también podemos considerarla como uno de los aciertos de la cada vez más abultada filmografía de Icíar Bollaín.
Valoración Golden Cinema: